génesis

el primer encuentro de p con el dsm-5 (el manual diagnóstico de enfermedades mentales) fue a los 16 años. de forma incompleta, una lectura derivada de extractos y pedazos inconexos en internet. en ese pasado, p no se identificaba con nadie, ni remotamente. real ni ficcional. su único consuelo eran los libros. un chico que pasaba los recreos solo, leyendo. esos libros no hablaban de lo que p sentía, pero igual eran consuelo. como una declaración al mundo, pero también una penitencia. solo en línea p se atrevía a buscar lo que sentía. la búsqueda: “boy to girl” (pues el “niño a niña” apuntaba a canciones románticas o páginas de nombres para padres u otras cosas raras).

p llegó a varios términos e ideas a través de una pantalla de computadora que solía estar en la recámara de sus padres. “travesti”, que le resultaba distante. “cross-dresser”, que parecía más neutral o menos cargado en su entorno latinoamericano, pero igual prohibido. pero al final parecían acercarse a lo que sentía. algunas páginas hablaban de “vestirse de mujer” como forma de desestrés o “usar ropa femenina”, presumían algunos escríbanos anónimos de la red de los 2010, como una forma irrefutable del amor y deseo profundo hacia el género femenino. para otros era un pequeño desafío: usar ropa femenina bajo la ropa masculina como una forma rara de token, de riesgo. la ropa masculina tenía limitaciones irreconciliables. un rango de telas muy reducido con tal de conservar la hombría. difícilmente suave, delicada. también los había para quienes “ser mujer por un rato” era una fantasía necesaria. y p seguía sin estar ahí, fielmente. no era ella, pero no había algo más cercano. el transito asociado a lo trans, aparentemente irrefutable e irreversible, parecía tan lejano al no poder ajustar sus primeros 16 años de vida a la narrativa de “una mujer nacida en un cuerpo equivocado”. aún así, p necesitaba dicha feminidad ambigua que no parecía habitar a nadie más.

pero ser un chico podía ser llevadero. p podía con ello. con un fleco sobre la frente, playeras holgadas y ambiguas, y una decena de libros sobre las manos, podía darle seguida a la ficción de ser un hombre. cualquier feminidad sutil podía coexistir en dicha imagen de un adolescente sensible y frágil. quizá eso era lo que lo hacía atractivo a chicas de su edad. a p no le gustaban los hombres.

el día que p abrió las escrituras sagradas comenzó un éxodo interno de patologías. los evangelios eran distintos entre sí, aunque muy parecidos. estaba el evangelio según la disforia de género. o según los trastornos parafílicos. según el trastorno travestista (a solo un par de páginas del transtorno de pedofilia). o el evangelio según las disfunciones sexuales. según la autoginefilia. otro un poco más apócrifo, pero posible, sobre la esquizofrenia como diagnóstico diferencial a toda esta narrativa transexual. p pasó de un término a otro, preguntándose cuál podría arrojar luz sobre el misterio de su vida. todos los evangelios, sin embargo, parecían partir de un pecado original, de un estado inicial de impureza ineludible. p transitó años y años en tal desierto.

años después, p se dio cuenta que muchas personas trans tienen un historial con las escrituras sagradas. en un principio, para descifrar lo prohibido, lo que jamás han escuchado. entonces éstas creen que pueden lidiar con el sufrimiento existente si identifican las palabras exactas para lo que les carcome. creen que pueden lidiar con ello si les describen exactamente cómo son. cómo crecieron. cómo les criaron. cómo empezó el extrañamiento. cómo se concretó el malestar. cómo habitar el mundo a medias, sabiendo el dolor. cómo serán los futuros posibles con ello. y cómo morir. el dsm-5 entonces se convierte como una suerte de libro de la vida, un trazado de lo que puede ser y será. más tarde, p sabría la cualidad desapercibidamente violenta de dichos encuentros, de ser descritas por científicos con el simple fin de diferenciarles de los normales. y el problema estaría en que ser patologizada no le permitía a p hablar sobre sus realidades con sus propias palabras. y ésta es era historia de p, pero también de muchas, muchas personas.

y un día p se identificó como persona transgénero.

años después y después de mucho, una forma de entender el origen del instrumental médico que p había leído desde los 16 fue regresando a sus escrituras sagradas. pero esta vez iría también a los textos alternos, a los que no fungían como palabras de Dios en el gran libro de 997 páginas sino que estaban firmados por sus autores. así, p comenzó una revisión médica histórica, no siempre comprensible para profanas como ella con recuerdos vagos de sus cursos de biología en la secundaria. de cualquier forma, estos textos médicos, amarillentos, de autores estadunidenses, provenientes de los años cuarenta y cincuenta, quizá no resultaban tan empíricos ni objetivos como esperaría. éstos teorizan sobre mala crianza, malas madres, perversión, delirios. razones genéticas y hormonales poco conclusivas. todos escritos por hombres cis, blancos, presumiblemente heterosexuales. para esos días p ya había escuchado del matrimonio entre sujetos “travestistas” y asesinos de películas. era una conexión casi obvia, pero no estaba de más volver a abrir los libros empolvados que el colectivo trans ya había dejado atrás hace mucho.

entonces p rastreó los textos médicos originarios de la supuesta psicosis transexual y los contrapuso con narrativas específicas que para entonces habían marcado su vida y la de muches otres. películas, libros, canciones. arnold lane. glen or glenda. psycho. silence of the lambs. incluso el libro infantil the witches, de roald dahl. p decidió plantear un curso que hiciera una lectura atenta de ambos grupos de escritos, en conjunto. medicina y narrativa. si algo podía ofrecer p, era la lectura atenta. leer dichos textos de forma detenida y entender sus pormenores. usualmente eso creía que echaba más cosas a la luz que hablar de generalidades o de lo que otros decían del texto. de cualquier forma, p conocía que en sitios como letterboxd que enlistaban las películas bajo la etiqueta de “trans horror”.

p tenía claro que profundizaría en la formación del constructo médico “transsexual”. un detalle decisivo para el título del webinar que ya se había dispuesto a hacer fue que, en español, no suele decirse película de horror, sino película de terror. algunos de los textos de los que p quería hablar tenían cierta afinidad con dicho género. y la medicina que inventó la transexualidad es, más o menos, terrorífica. y p sabía que las personas trans, casi ineludiblemente (como un daño colateral de nuestro tiempo), se sentían monstruoses en ciertos momentos de sus vidas. por su propio cuerpo, pero también por las miradas de los otres. así, un juego de palabras adecuado, trazado en español, fue “terror transexual”. p pensó que abordaba una buena parte de los sentimientos prevalentes en los textos propuestos y atendía a que le interesaba, particularmente, el constructo estadunidense de transsexual. no trans. no travesti. no transgénero. no nb. transsexual, con 2 s. p daba por hecho que las identidades divergentes del género era inherentes a la historia de la humanidad, por lo que el fenómeno transsexual parecía mucho el reflejo de su tiempo. p no se identificaba como transexual. otros lo dirían por ella, pero no ella misma. sabía que muchas optaban por dejar atrás dicha palabra porque los caprichos médicos no definían quienes eran. por ello, “terror transexual” parecía un título adecuado. p no googleó nada más y

esto es lo que pasó después.